Mi primer post comienza con una de las historias que más me motivó a poner en marcha este proyecto, la que siempre cuento como ejemplo de la singularidad y hermosura del amor de algunas parejas, que sin quererlo, se hicieron fuertes, se hicieron únicas, dentro de una historia tan compartida. Salvando nombres, esta es una historia de verdad, es una historia tan real como la persona que me la contó aquella mañana en rehabilitación en un centro de salud de Chamberí.
Corrían los años cuarenta. Manolita, que así se llamaba por su madre, a pesar de que éste no era su verdadero nombre, había visto una sola vez al que iba a ser su marido, y ésta fue suficiente para enamorarse entre carta y carta, durante otros dos largos años.
Manolita era de un pueblo de León. Durante la boda de un familiar conoció a Antonio, bailaron juntos y ahí se inició su historia. A Antoñito debió gustarle mucho como bailaba aquella chica de tan solo diecisiete años, y con la confianza que proporciona el saberse guapo, se acercó a la misma, que todavía le miraba por el rabillo del ojo:
– Y tú, ¿tienes novio?
– ¡Uy yo! pero si sólo tengo 17 años, y además, ¡menudo padre tengo!
– Pues no te preocupes Manolita, que yo te escribiré. Que me gustas.
Tras la boda, Manolita y su padre volvieron a Santander, donde habían establecido su nueva residencia. La correspondencia entre los dos se hizo continua durante dos años. Dos largos años de espera entre carta y carta, en los que no se vieron, ni una sola vez, ni un sólo día. Por aquel entonces, España vivía sumida en un controvertido momento histórico, el carácter conservador y protector de los padres se acentuó de forma generalizada, y el padre de Manolita, que así era, revisaba una a una todas las cartas que se intercambiaban los novios. Para entender el contexto hay que comprender que la libertad de la mujer había menguado considerablemente, de todos modos, este tema da para más de un libro, más de una tesis y más de una vida.
De todas las historias que me contó Manolita, me quedo con una, la que considero la anécdota más esclarecedora y hasta entrañable por la ingenuidad de algo que sólo ven los adultos, deseosos de crear problemas. La abuela de Manolita, desde muy temprana edad se encargó de desalentarla sobre la “positividad” masculina. El hombre español, era muy positivo:
– Mucho ojito cuando vayas por ahí, a los hombres poco y del revés. Pocas sonrisas, poco “eso” y poco enseñarles los dientes.
Así Manolita dejó de sonreír delante de los hombres. La razón no era otra que la de un simple malentendido. Su abuela le había recomendado no enseñar los dientes a los hombres, expresión que mal entendida por una niña de 12 años, podría dar lugar a divertidas situaciones en las que Manolita, al cruzarse por la calle con algún muchacho, apretaba los labios tan fuerte como podía. Hasta que un día su primo le preguntó:
– Manolina, ¿que te pasa? que cada vez que pasas con un chico – se ve que lo debían haber hablado ellos ya – pones un culito de pollo ahí, apretando.
– Me dijo mi abuela que no enseñara los dientes ni a los chicos ni a los hombres.
– ¡Anda boba! si era que no te rieras.
“Esto en sus palabras venía a decir que allí, las mujeres no tenían confianzas, no se reían, que no se pusieran muy contentas para que los hombres, dentro de su positivismo, no se hiciera falsas esperanzas”
A día de hoy, me resulta demoledor. Pero volvamos a nuestra historia. A Manolita no se le permitió ver a su novio en ninguna ocasión. He de decir, que cuando nos conocimos, ella tenía ochenta y dos años, y seguía teniendo el mismo brillo de emoción cuando contaba su historia, por lo que imagino que esa temporada en Santander fue una de las más dulces de su vida. Sin embargo, su historia, atípica para mí, me resultó de una paciencia infinita y poco menos que una proeza. Tampoco vivían cerca, él se trasladó a Madrid y ella a Santander, y al padre no le inspiraba confianza la necesidad de que aquel chico hiciera algún viajecito para ver a su novia, cosa a la que Antoñito se ofreció en un par de ocasiones. No verse durante dos años, como el lector se puede imaginar, puede suponer muchas cosas, entre otras, no ya el olvido completo, sino la posibilidad de que la memoria falle o se difumine. Para paliar la situación, supongo que Antoñito se había dado cuenta de este detalle, empezó a insistir en que Manolita le enviase una foto. Como ella no tenía dinero, ni al padre le parecía bien la idea, a Manolita se le ocurrió enviar una foto de la hermana de su madrastra.
“Y yo pensé – pues creo que se parece a mi – y como no me conocía mucho, se la puse como que era yo. Y me escribió de vuelta”
– Mira, Manolita, si esta eres tu, que yo creo que no eres, porque yo creo que no eres así para nada, pero si eres tu, yo creo que ya no te… no me gustas!
“Y le escribí de verdad, en casa me dieron dinero para hacerme una foto”.
Ya habían pasado los dos años, Manolita acababa de cumplir los 19 y tras recibir la foto, y supongo, que tras confirmar que su memoria no le fallaba, aun sin haberse vuelto a ver, Antoñito le propuso matrimonio. Cuando escuché esta historia lo que más me sorprendió es que al padre, que había leído la carta antes de dársela a Manolita, le pareciera bien.
– Si tu quieres, pues a mi no me importa, pues os casáis.
“Antoñito quería que nos casáramos en León porque eran las bodas muy bonitas y fue, porque tenía negocio en Madrid, un sábado al pueblo y nos casamos un jueves. ¡Que a mi me daba vergüenza hasta darle un beso! Fuimos felicísimos, tuvimos 9 hijos, nos quisimos muchísimo”.
Esta historia, debió inspirar a mucha gente, pues uno de sus primos, que era poeta, también les dedicó sus palabras, que lógicamente, y sin permiso, no puedo publicar – aunque me hubiera encantado -.
Espero que este relato llegue a ojos de sus hijos, para que se sientan orgullosos de su historia. Para mi resultó ser clave, es una historia con mucha, mucha información oculta sobre la historia de la mujer en la época posterior a los años cuarenta en España. Y a Manolita, le deseo lo mejor, por su amabilidad, su dulzura y su dedicación.
Yanire Ramos
Muy interesante!
Qué cerca está y cómo hemos cambiado…
Para reflexionar y valorar lo que hemos conseguido.