“Yo me casé el día que cumplía 27 años, fue la única mujer con la que tuve cierta intimidad, bueno, una total, tuvimos 4 hijos”.
Francisco, el abuelo de mi amiga Rocio, tiene 91 años y todavía recuerda con todo lujo de detalle cómo conoció a su mujer y que ésta pasaba de él y cómo insistió hasta convencerla de que era el amor de su vida. No puedo llegar a expresar mi sorpresa al conocerlo, habla con un total cariño de toda su vida, de su mujer, de sus hijos, de sus nietos: “me han salido muy bien”. Es interesante que a todas las personas que entrevisto, que han pasado los peores años de este país, en las peores circunstancias, en los peores momentos y todos definen su vida como feliz. Francisco ha trabajado de todo, lo ha peleado todo.
Cuando estalló la guerra, Francisco tenía 10 años, vivía en Montilla, Córdoba, pueblo que casi siempre se encontraba en primera línea y por allí pasaban todos, de todos los bandos y colores. Fueron unos años muy especiales, bajo la sombra de la guerra.
Si volvemos a caso que nos concierne y analizamos la primera frase del artículo llegamos a la conclusión de que sería inimaginable en la actualidad llegar a los 27 años sin haber pasado por numerosas relaciones intimas, ¿verdad?. La educación sexual durante los años 30 era completamente inexistente, Francisco divide o más o menos hace un resumen del tipo de amigos que tenia: los prudentes, los lanzados y los un poquito más audaces. Sobre la educación de nuestro protagonista entre los 10 y los 15 años, momento cumbre en el desarrollo de una persona, él lo define como feliz aunque con una disciplina propia de la tripulación de Nelson 1, conservadora y prudente en lo que se refiere a las mujeres, pues estudió en el instituto de los Salesianos. Su casa, era otra cosa, de padres liberales y modernos, todos sus amigos echaron en falta su ausencia el día que se mudaron a Madrid. Allí entraba todo el mundo, allí eran todos bien recibidos. Instalados ya en Madrid, en la calle Luchana, sus amigos apodaron su nueva residencia como el Luchana Hilton, por no perder las buenas costumbres.
“Aquella casa era el refugio de todos, mi madre tenía una paciencia infinita, todo le parecía bien”
Ya en los años cuarenta los chicos y chicas salían en grupo, aunque las relaciones entre ellos eran muy conservadoras:
“Acabamos de pasar una guerra espantosa, y las relaciones, era una relación de grupo, unos pocos con las amigas, las hermanas, pero no había la mucha libertad aparente que hay ahora, ¡ni pensarlo! (…) No pasabas nunca de la fantasía, todos sabíamos con qué clase de niñas tratábamos». 2
“Un día quise ayudar a una chica a cruzar la Gran vía, aquí en Madrid, ella tendría unos 17 o 18 años, la cogí del brazo, pero sin más, y poco menos que iba a llamar a la Guardia Civil” 3
Francisco conoció a Enriqueta, su mujer, un siete de abril. El padre de Francisco le había encargado ir a buscar a su primo Melchor 4 a casa de unos amigos de la familia, y como ellos no estaban, le abrió la puerta una preciosa chica de 17 años, que ni siquiera le miraba. Ese día Francisco ya sabía que se casaría con ella. Se casaron 6 años después, también en abril, un veinticuatro. Lo suyo le costó, Enriqueta no le hacía ni caso.
“No me la ligué por mis encantos, ¡más bien por mi pesadumbre!. Mucho insistir, yo era muy pesado, le di la lata hasta que aceptó”
Cada día Francisco iba a buscarla al colegio donde ella estudiaba en Martinez Campos, y ella al verle desde la ventana siempre se escabullía por la otra puerta. Y así pasaron los días, las semanas, hasta que consiguió convencerla de que saliera con él. Formaron una pandilla de gente de la escuela, otra pandilla de gente del colegio, y las primeras veces que empezaron a salir solos, iban al cine, a lo que también se apuntaba el hermano de Enriqueta, Jose Luis:
“¡¡Y era horrible!! ¡yo no tenía a penas dinero para pagar la entrada, y tenía que pagarle también al niño! Pero en seguida nos consideraron personas serias y decentes y pudimos ir también solos y con grupos, uno con amigas de Enriqueta del colegio, y otro de la escuela donde yo estudiaba. Nos reuníamos mucho y organizábamos a veces algún guatequillo en las casas, pero siempre de lo más moral y casto. Nos habían educado así, para bien o para mal”
Es interesante cómo Francisco durante nuestra entrevista me comentaba cómo interferían las relaciones con las chicas en el día a día de su grupo de amigos:
“Ya en Madrid, si conocíamos a alguna chica porque nos invitaban en alguna casa, siempre era un latazo, porque interfería en la vida tan ordenada que teníamos y además te creaba malas tentaciones. (…) Las niñas eran algo que andaba por ahí, pero que no era nuestro mundo”. 5
Este detalle es muy importante y de él se pueden sacar muchas conclusiones. No sólo las mujeres tenían ciertos estigmas en esa época, sino que los hombres, en un momento en que las hormonas estaban totalmente disparadas, también habían sido educados, al menos algunos, para mantener cualquier instinto bajo control, hasta tal punto que el sexo opuesto interfería de forma directa en su día a día. No todos eran capaces de controlarse, yo creo que hoy en día muy pocas personas serían capaces de hacerlo, desde luego que mérito tiene.
“A todos nos han hecho de la misma pasta, somos lo mismo, en el fondo somos todos iguales, y claro que buscábamos la sombra”
Hablando con mi abuelo una tarde, mientras le picaba para que me contara sus noviazgos de joven, me aseguraba que todas estaban deseando casarse y cuando conocí a Francisco para corroborar su afirmación, vi la oportunidad y no pude evitar preguntarle:
“¡Todas estaban deseando casarse!, nosotros pensábamos en cosas más divertidas, más ligeras”
Esto me hace pensar en dos cosas: la diferencia en las expectativas y en la educación recibida entre hombres y mujeres, y la imagen y el concepto que tenían unos de otros. Mientras que ellas eran educadas para hacerse las duras e imponer su ritmo, por el que los hombres debían luchar, ellos estaban convencidos de que ellas estaban deseando casarse. Interesante, ¿verdad?
Quiero terminar este post con el comentario que aparece en el libro de Carmen Martín Gaite, Usos amorosos de la postguerra española:
“Como una reacción, quizá desesperada, quizá necesaria para sobrevivir, los padres se volvieron más exigentes… La censura de todo lo que hacíamos iba a estar presente en nuestra adolescencia, en contraste con la forzosa libertad de los años de la guerra … En aquellos primeros cuarenta, los chicos con los chicos tenían que estar; las chicas, a su vez, con las chicas.” 6
Agradecimientos a la familia de Rocio, que tan amablemente me acogió en su casa para que yo pudiera realizar esta entrevista. A Rocio, que me puso en contacto con su madre; a su madre, que se encargó de organizarlo todo, y a Francisco, que es imposible ser más amable y más dispuesto.
Yanire Ramos
Me gustó mucho!!!!!interesante la educación desigual.Menos mal que nuestros padres dieron pasos de gigante