Hace ya un tiempo os contaba la historia de José, de su indomable memoria y de su gracia innata. Hoy os voy a contar por qué José quedó y quedará en el recuerdo de tantas otras personas a lo largo de su vida. Este escrito no es un artículo. Estas letras son la transcripción literal de nuestra última conversación.
Este será el último de los cafés que nos tomemos con José, pero no el último de sus recuerdos, porque sus hijos y todos los que nos hemos cruzado con él, lo mantendremos vivo en la memoria y porque este blog le dará voz, para que ninguno de nuestros abuelos jamás nunca sea olvidado.
José, espero que estas líneas puedan llegar a ti, porque te las mereces, porque el mundo necesitaba conocer tu historia, porque no te puedes ir sin despedirte, porque todos los que te hemos conocido deberíamos tener el honor de poder decirte adiós, de darte un abrazo en este año tan malo, y de desearte lo mejor, porque para ti, José, solo queda eso, un mundo mejor.
Va por ti, maestro.
Corría el año 42, había terminado la guerra y era el momento de recomponerse. José, por aquel entonces, ingresó en la sección automovilística de Madrid del ejército, y a él, junto a tantos otros, les mandaron a diferentes partes del país para guardar y reconstruir diferentes enclaves. Este es un dato interesantísimo, no sólo se enviaban miembros del ejército, sino que se acometió un aglutinamiento junto con aquellos republicanos que estaban en los campos de trabajo y que habían mostrado buena conducta. Esto, una vez más, nos demuestra que los bandos no eran ideológicos, sino casuales. Sea como fuera, José terminó en Almoraima, en la estación de tren, a cuidar aquello. Allí no había nada:
Y había un Alférez, que allí no había nadie antes de nosotros, y nos dicen que uno de nosotros se tenía que hacer cargo de aquello y que nos iban a hacer un examen. El que mejor escribía, y yo mismo, me pusieron soldado de primera y me hice cargo de aquello.
Llegó un Alférez, y ese hombre vivía en Algeciras y era joven tenía novia y todo. Aquello, lo modificó todo: la base estaba entre árboles y nada más, y en la copa ponía reflectores y aquello parecía una verbena. Y luego organizó un partido de futbol, en el campo de Algeciras. Teníamos unas camisas que eran caqui, y pidió muchas y les quito el color, las teñimos de azul. Y los pantalones, pues los calzoncillos, y con eso, hicimos el equipo. Uno se ocupó de poner una fuentecilla en frente del edificio, con un surtidor y terminó allí mi amigo, que sabía de esto. Y a mí me tocó hacer un cartel, de tres metros por dos metros y algo para poner el nombre de la base. “Agrupación automovilismo para servicios especiales del ejército segunda compañía Almoraima”. A mí se me daba bastante bien rotular y todos los que hacíamos algo pues nos daban los permisos, y estaban prohibidos, porque estábamos ya en la Segunda Guerra Mundial. Allí veíamos los aviones alemanes, unos destrozos, por allí se sentían silbar las balas.
Conseguido su permiso, marcha para Madrid.
Cuando ya volví a Almoraima, mi amigo me dijo que habían estado en casa de la carbonera, (que se dedicaba a trabajar el carbón), fue a hacerle una chapuza a la casa, y tenían un chaval que tendría nueve u once años. Le había dicho la señora:
– ¿No habrá nadie ahí entre los soldaos de la base, que le dé lecciones a mi hijo?, porque lo poco que sabe lo va a perder.
Estaban en vacaciones, y allí había colegio pero estaban los pobres muy atrasaos.
– Pues hombre si, el Cabo Rodríguez que está en Madrid de servicio, pero cuando venga se lo digo a ver si le interesa.
Pues así lo hicimos. Todas las tardes un par de horas iba a ponerle al día. Y se le dio bastante bien al chaval, se le dio bastante bien, aprendió… ¡bueno! Todos los días me ponía ya la merienda. Un cafetito, con unas pastitas de mantequilla de allí, con las pastillas que vendían. Es lo que se estilaba. Yo le decía que no me pusiera nada, pero ella era lo primero que hacía: merendar y luego ya me ponía con el chaval. Le pegué un buen meneo.
Y se extendió la voz. Aquello era como una colonia, la estación, casas por allí, dos bares, había militares de infantería y estábamos todos por allí por la estación. El chaval empezó a hacerlo bien, y se quedaron admirados, y se extendió la voz, y ya la vecina, otra vecina, y otra. Y ya vinieron a ver si daba lecciones a sus hijos. ¡Hasta el jefe de estación me mandó a sus hijos! Y allí con mis compañeros, pues montamos un colegio casi con algunas tablas que teníamos por allí, con banquillos, y demás. Yo también les daba lecciones a los chicos que no sabían nada. Había uno… yo le escribía las cartas a la novia. Y me decía:
– Me tienes que escribir la carta a la novia, porque yo no sé escribir.
– Y bueno, ¿qué le vas a decir a tu novia?
– A no, no, ¡tú ponle lo que quieras!
¡Pues yo le escribía como si fuera mi novia! Igual. Y yo me decía, anda que cuando se entere… Y mira que no quiso estudiar el chico, y yo le había dicho – que te enseño a escribir – como con otros había hecho. Pero no, no quiso. Se cerró que él no quería aprender y que no quería aprender.
– Pues ya verás cuando vayas y te diga la novia: – a ver, escríbeme esas cosas que me decías -.
Me acuerdo que un día vino el Capitán, que no venía casi nunca a visitar la base. Y había un Sargento que venía acompañando al Capitán y yo con él. Ya entramos en el barracón, y el Sargento le va enseñando todos los departamentos.
– ¡Coño un colegio!
Yo tenía aquello lleno de mapas de España, una pizarra, en fin.
– ¿Y esto?
– Nah, el Cabo Rodríguez, que le está dando lecciones aquí a los chavales y ya aprovecha y le da lecciones también a los chicos que están aquí.
– Hombre, ¡esto está soberbio! Tome nota para darle una gratificación a este soldado.
Y me dio una paga, no era mucha cantidad, pero si era, ya me pude comprar un reloj y esas cosas.
No pensé nunca en ser profesor. Porque ya estaba yo en la Compañía de Ferrocarriles del Oeste, en Madrid. Ya era ferroviario cuando me mandaron a automovilismo, a mí ¡fíjate que contraste! Luego ya se hizo la Renfe en el año 1941, todas las compañías el gobierno las uniría cuando acabó la guerra y allí ya me he jubilado. Entré de todas las cosas, de mozo de estación, una de sitios… para cargar en los muelles las mercancías, trabajos pesados, para mover los vagones… y aquellos vagones entonces había que empujarlos con los riñones. Fíjate qué tiempos eran aquellos… ¡con los riñones! Nos poníamos unos cuantos, una brigada de hombres, y a base de empujar los vagones, pues íbamos colocándolos en los muelles que luego se descargaban.
Así empecé en ferrocarriles. Y luego en mi vida he ido subiendo peldaños, poco a poco, servicios, maniobras, la formación de trenes, de mercancías, de viajeros allí en Delicias. Y tenía turnos de día a las seis de la mañana, otros a las dos de la tarde y otros a las diez de la noche, había tres turnos. Cuando llovía no había ni impermeable, tenías que estar allí formando los trenes, y te calabas, y no tenías más remedio que estar allí, aguantando los chaparrones. Pero muchas fatigas que pase allí, desde luego, los principios fueron muy malos. Pero tuve mucha suerte.
Pero ya de pequeño ya pasaba yo mis fatigas.

En la guerra, y en la posguerra, no veíamos el hambre, lo padecíamos. Padecías el hambre. Hubo mucha gente que murió después de la guerra, mi hermana fue una de ellas. Estábamos acostumbrados a la guerra, a los bombazos y todo, y cuando nos evacuaron, sonaban las sirenas, venían aviones alemanes y nos bajábamos al sótano, dormíamos en colchones en el suelo, en casas estupendas que había al lado de la calle Felipe IV, de gente de mucho dinero. En la guerra no se respetaba la propiedad, no se respetaba nada, yo me eché una novia y hasta se olvidó de mí. Nos hicimos novios, pero como mi tío me llevó al pueblo, pues la perdí de vista. Se fue con un miliciano. Ya cuando nos acostumbranos a la guerra, ya ni bajábamos al sótano, escuchabas las bombas y seguías durmiendo.

Yo he visto en la calle Alfonso XII, una bomba cortó el edificio y se veían las habitaciones, estaban ahí todas las camas. En el Paseo del Prado, el Hotel Savoy, cayó una bomba y desapreció el hotel. En el Paseo del Prado cayeron unas bombas… aquello parecía un volcán, retumbaba todo cuando caía una de esas. A la Cibeles la protegieron con ladrillos ¿sabes cómo la llamaban? “La linda tapada” Que era una zarzuela, se estilaba eso. Y gracias a que la taparon se conservó la fuente, y Neptuno igual.

Se lanzaban bombas donde cayeran. A nosotros nos cayó una donde estábamos nosotros, se quedó clavada y no explotó. Era de cañón, entró por una ventana y cayó al piso. Estaba totalmente clavada en la madera, pero no explotó. Esa es la suerte, nos hubiese matado a todos los que estábamos allí. Tuvimos el permiso del enterrador.
Yo me fui con mi tío al pueblo, y estuve muy bien, nos asentaron en unos molinos al lado del rio Tajuña. Se fue con su mujer y dos niños y le dieron una habitación en la parte de arriba del molino que parecía una vivienda, y yo dormía allí, pero con los hombres. Yo comía con ellos, me daban el rancho en frío porque su mujer no guisaba, y a ellos les daban un pan candeal. Y me coloqué de pinche para llevar el agua a los obreros que trabajaban allí. Me dieron un borriquillo. Iba al rio que estaba a un kilómetro y algo y yo iba con mi borriquillo. Estuvimos allí casi los tres años de la guerra.
Una anécdota: Una vez se levantó mi tío que no se si llevaba mal el reloj. Se levanta a las tres de la mañana y me llama:
– Pepe, venga, que nos vamos “pal tajo” a trabajar.
Y era de noche y trabajábamos al lado del cementerio del pueblo y llegamos allí, que no vimos a nadie, ni obreros, ni nadie, salvo nosotros. Y se da cuenta mi tío,
– ¡Anda! ¡Hemos madrugado! ¿Sabes lo que vas a hacer? te vas al molino, (yo con quince años, por la carretera, de noche con un aire, se movían los árboles, con un miedo que yo llevaba), y te vas y te traes unas mantas.
Y él se quedó allí donde el cementerio en la puerta. Ya de pequeño ya pasaba yo mis fatigas.
En mis conversaciones con José he contado, como poco, cuatro o cinco historias que cruzan su expresión sobre el permiso del enterrador. Desde padecer paludismo, a incendios que podían suponer un fusilamiento, un absceso faríngeo o librarse de las bombas. Espero que sus historias nos sirvan para comprender la suerte que tenemos.
Pido disculpas al lector, a José y a su familia, por no poder profundizar y ahondar históricamente en este artículo. La historia de José da para tanto trabajo de investigación que prácticamente podría trabajar sobre ello meses. Pero quería llegar a tiempo, quería que José me leyera, y quería despedirme de él.

Yanire Ramos
Madrid 4 de Septiembre 2020
Esto de dar voz a nuestros mayores y divulgarla me parece una idea estupenda.
Son historias muy didácticas que con el aporte de tu trabajo y documentación nos ayudan a conocer y comprender un tiempo pasado.
Esta en concreto, pertenece a mi padre. Un hombre con muchas y grandes capacidades que ha mantenido hasta el último momento. Con la suerte de una memoria que tú calificas, con acierto, de indomable.
Este artículo llegó a tiempo para que mi padre pudiera escucharlo de la voz de su nieto Mario.
Puedo asegurarte que para él fue un auténtico regalo, un momento muy emotivo para todos los presentes en la lectura porque se vivió junto a su lecho solo 24 horas antes de su fallecimiento.
No puedes imaginarte mi agradecimiento porque con tu premura y esfuerzo en escribir en tan corto período de tiempo unas palabras tan llenas de empatía y afecto, hayas hecho posible que le llegara una brisa de alegría y satisfacción a su viejo corazón.
Un millón de gracias Yanire.
Te deseo la mejor de las suertes para tu proyecto literario.
José Carlos
Muchísimas gracias por tus palabras José Carlos.
Fue un verdadero placer conocer a tu padre, y me alegra tanto, tanto que le diera tiempo a escuchar su historia. El regalo nos lo dio el a nosotros.
Muchas gracias por todo.
Yanire
Como sobrino residente en Galicia la cual el tanto quería. Tengo que decir tanto de mi tío Pepe como de mi tía Carmen al los cuales queríamos mucho, se han ido para siempre dejando una gran pena y una tristeza, sabiendo que era el último eslabón que me quedaba por parte de mi madre, ya solo me quedan mis Primos, pero no es lo mismo. A menudo hemos hablado y en numerosas ocasiones siempre por teléfono y comentábamos cosas, pero nunca había conocido esas cosas tan bonitas que as publicado sobre su pasado. Gracias Yanire por escribir esta parte de mi tío Pepe, la cual agradezco y guardaré con cariño. Su sobrino Ignacio
Hola soy compañero de Ángel en el equipo de ajedrez de Alpedrete, aunque a penas nos conocemos ya que soy nuevo en el equipo, he leído con admiración estas historias tan bonitas, debo decir que yo fuy ferroviario 14 años y mi padre lo fue toda su vida, también estuvo trabajando en la estación de Príncipe Pio como fogonero de una caldera de calefacción que había en el centro de la estación, yo era un niño cuando a veces visitaba este lugar allá por el año 60, posteriormente me hice ferroviario y trabajé primero como Ayudante y luego como Maquinista haciendo turnos en esta misma estación, seguro que mi padre llegó a conocer a José en aquellos años.
He conocido muchas historias que los compañeros ferroviarios me contaban cuando entré en Renfe en el año 82 y muchos de ellos estaban a punto de jubilarse, casi todos ellos habían vivido la guerra, la nuestra e incluso algunos la segunda guerra mundial en Europa, tenían historias increíbles y llegué a pensar en escribirlas para que no desaparecieran, por eso me gusta esta iniciativa de Yanire.
Mucho ánimo a toda la familia amigo Angel