Historias de aquella época hay tantas como personas, por mucho que el nuevo régimen se empeñara en unificar (una), en aparentar (grande) y en aleccionar (libre). Estas charlas nunca dejarán de sorprenderme.
Hoy os contaré la historia de mi abuela, a la que me costó muchísimo convencer porque estaba segura que no tenía nada que contar, que su historia era común y que no tenía nada de raro. Y efectivamente, de raro no tiene nada, pero releyendo las notas me di cuenta de que había mucha, mucha información en su historia. Mucho más de lo que ella es capaz de imaginar. Esta no es una historia, sino más bien un compendio de muchas.
Algunas de las cosas que les pregunto a todos mis entrevistados es que me cuenten cómo se relacionaban, cómo se sentían, cómo se comportaban, qué les decían, quién se lo decía. Les hago muchas preguntas y a veces salen comentarios como estos:
“La tía María que tenia novio, Paco, desde muy joven que él se fue a la mili no salía de casa porque le guardaba ausencia, le tenias que esperar en casa”.
“Uno, una vez que no quise bailar con él me pegó un tortazo, pero no era del pueblo, era de esos de la feria que vendía cacharros y estaban en la posada de Angelines. Y eran dos chicos jóvenes que ya los conocíamos que iban por los pueblos y vino a pedirme para bailar. ¡Y me dio un tortazo! No muy fuerte, pero me dio en la cara”.
En el primer post hablaba de la historia de Manolita y precisamente ella también me comentaba que si un chico te invitaba a bailar en el pueblo, tenías que bailar con él, porque eran ellos quienes pagaban el baile. Mi abuela a diferencia de Manolita, no es de León, sino de Segovia, de un pueblo llamado Cedillo de la Torre.
¿Alguien se imagina guardando ausencia?, ¿alguien se siente obligado a bailar con otra persona por el mero hecho de pedirlo? Pues yo tampoco.
Mi abuela, que debía tener cierto alma de revolucionaria, me explicaba:
“Cuando se iban los quintos a la mili, hacían mucha fiesta y pagaban ellos la fiesta con el dinero que recogían, porque todos los años se iban a la mili, cada año unos cuantos. Cuando eran las fiestas nos dejaban como mucho hasta la cena, y luego la velada hasta las 12 de la noche, y si no había fiesta, a las 10 en casa”.
Hay un libro que me encanta, y en uno de sus capítulos hay una cita que me crea cierta controversia entre la conclusión que saco de estas historias y lo que, se supone, pensaba la iglesia en aquella España (aquella, lejana, porque yo no la reconozco) sobre los bailes: – las fiestas propicias al desenfreno sexual (carnaval, verbenas, romerías) han sido prohibidas o radicalmente reformadas, pero el baile está tan arraigado que, aunque reclama una atención preferente en las pastorales, solamente el arzobispo de Sevilla se atreverá a prohibirlo. En su sermón don Próculo arremete contra el baile “preciosísimo arte inventado por el diablo Belial, gavilla de demonios, estrago de la inocencia, solemnidad del infierno , tiniebla de varones, infamia de doncellas (…) 1 – Lo cierto es que una mayoría de los españoles se casaron gracias a esos bailes. La gran preocupación de la iglesia no era otro que el paganismo, el desenfreno, el exotismo. Al fin y al cabo, bendito atraso. Sin embargo, la Sección Femenina le daba gran importancia al baile popular, “que reúne la forma más pura del sentido hispano del ritmo y del movimiento” 2 A saber qué significa eso. Sinceramente, bastante tenían con haber pasado una guerra como para que les quitasen también una de las pocas diversiones que había.
Mi abuela llegó a Madrid con 23 o 24 años, no había tenido novio antes en el pueblo, no le había dado tiempo. Las formas de empezar una relación eran mucho más conservadoras que las actuales y por no tomar, no tomaban ni un café.
“Y eso de tomar café con los chicos, nunca. Lo mismo no había ni café en el barrio. Al menos en el pueblo. (…) Allí bailaba, pero nada más”.
Debemos tener en cuenta el estado de escasez del país, no sólo entenderlo como un comentario moral. «En 1940 -escribió París Eguilaz, economista – la renta nacional, a precios constantes, había caído hasta el nivel de 1914, pero como la población se había incrementado, la renta per capita descendió hasta los niveles del siglo XIX”. 3. – No había café, porque no podía haberlo.
Ya en Madrid mi abuela tuvo algo más de éxito:
“Conocí al abuelo nada más llegar. Eso de tener varios novios, eso no, no se veía bien, ibas al baile y ya está. Y recuerdo que también salíamos a jugar a las cartas, nos íbamos a casa de una a jugar a las cartas las chicas, hasta las nueve y media o así, y eso era mucho, era muy tarde. Si salías con uno, te quedabas con él”.
Mi abuela trabajaba en casa de una prominente familia asentada en pleno centro madrileño y al estar interna tampoco podía salir o entrar a su antojo.
“Yo conocí al abuelo en Madrid, en el baile, que me fue a sacar y yo iba con la Petra. Ya me pidió el teléfono y empezamos a salir, y así fue. (…) Le conocí en el baile, en el Metropolitano, en Reina Victoria. Estuvimos bailando toda la tarde y me gustaba bailar con él. Y el que iba con él, que era un amigo, bailó con la Petra, y luego con otra. (…) Salíamos cada 15 días. (…) Ibamos solos, ¿aquí en Madrid quién iba a ir con nosotros? a lo mejor quedábamos luego con amigas y me venía a buscar y salíamos (…) Y de allí, me casé, en los Jerónimos. Nos casamos el 7 de febrero, ya ni me acuerdo. Yo tenía 27 años, y el abuelo 29. Y tengo 83…”
“Yo cuando me casé no conocía a la familia del abuelo ni nada. No había ido yo a Extremadura, y vino su madre y otro hermano a la boda, el padrino. De mi familia, mi madre ya estaba muy mala, mi hermano mayor y mi hermana, que iba a ser la madrina”.
Me interesó mucho la vida en los pueblos, cada persona que entrevisto me cuenta una historia diferente, como si nada tuviera que ver una región con otra. Sin embargo, siempre hay ciertos nexos similares, ciertos comportamientos de rebeldía, que a día de hoy pueden resultar absurdos, pero tremendamente destacables en su momento, como puede ser subirte la manga de la camisa. Son estos detalles los que me hacen sonreír, frente a las sotanas, frente a la represión, frente a agresiva religiosidad impuesta, siempre quedó un pequeño hilo de rebeldía.
“La abuela no quería que fuéramos de manga corta y la tía Baltasara y yo cada día nos subíamos un poco más las mangas, no la hacíamos caso. Bueno, unas veces si la hacíamos caso y otras no. Y minifaldas hasta la rodilla y punto, un poco más abajo, ni pantalones. La primera vez que yo vi a una extranjera con pantalones, fue en Madrid, y la criticaban por la calle”.
En otros países de Europa el uso del pantalón por parte de las mujeres fue relativamente aceptado a partir de la II Guerra Mundial, como consecuencia de la incorporación de la mujer al trabajo en las fábricas. Aunque cuando ésta terminó, la gran mayoría volvió al uso de la falda, quedando sólo un pequeño reducto de rebeldes que continuaron usándolo. 4 De ahí el revuelo por las calles de Madrid, que seguía en su línea conservadora.
Mi abuela, hoy lleva pantalones, de todos los colores y para ir a donde ella decida.
Yanire Ramos
Significativo, «salías con un hombre y te quedabas con él».
Me ha despertado mucha curiosidad el tema de los pantalones, tenemos mucho que aprender en este blog y los abuelitos mucho que enseñarnos….
¡Toda la razón Tamara! qué poco tenían y de qué poco se quejaban.
Disfruto tus notas , soy bisnieto de españoles que llegaron a Argentina , asi puedo apreciar vivencias y costumbres de mis bisabuelos trasmitidas a mi por sus hijos .Gracias
Muchas gracias por tu comentario Juan Pablo. Es un placer poder escribir sobre sus historias, disfruto mucho escuchándoles y me alegra saber que otras personas disfrutan de ello. Es interesante ver como todo ha cambiado tanto y si fuera posible, me encantaría escuchar y contar también las historias de todos aquellos que tuvieron que emigrar. ¡Sus vidas son historia!.
Grandes los pantalones de mi madre!!! Ha vivido una época muy difícil de guerra y escasez y ha criado a 4 hijos. Y muy bien!!