A la quinta del biberón.
Publico este artículo sin aportar datos, ni artículos, ni libros, ni estudios. Publico este artículo como me lo han contado, como fue para el protagonista y como desde mi punto de vista, merece ser contado.
Porque la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
“Abuelo ¿y tú has matado a alguien?
No se hija, yo no tiraba a dar.
Y yo me lo creía”
«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado»
El Generalísimo Franco
Burgos, 1° de abril de 1939.
Y así, con el frío de febrero, se disponía Juan a cruzar los Pirineos, a pie.
Porque la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
La gran mayoría de mis artículos tienen una temática social, quizá algo de guerra, pero sobre todo mucho de la historia de cada uno. Hoy os voy a contar la historia de Juan Antonio Castro Molina, el abuelo de Irene. Juan ya no nos puede contar su historia, pero su familia ha hecho un gran esfuerzo de investigación y han tenido la enorme amabilidad de facilitarme sus datos para que yo os la pueda contar, y por ello, desde aquí les doy una y mil veces gracias.
Esta ha sido la historia más difícil con la que me he topado, la he leído y releído, llegando a la conclusión de que debe ser contada de tal manera que nos sirva a todos para aprender, para que podamos abrir los ojos. En un momento de nuestra historia donde parece que el odio y la violencia florecen de nuevo, cuando parece que otra vez nos empujan a dividirnos como si de un partido de fútbol se tratase, a sentarnos en un lado o en otro de la mesa. Como si no hubiéramos aprendido nada. Porque Juan ya mayor se sentaba con los nacionales a contarse batallitas, cada uno de su bando y sin odio. Por eso, la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
Esta fue la vida de Juan Antonio Castro Molina. Así, con todos sus nombres y apellidos. Porque así lo quiso su familia, porque el olvido no le merece. Juan ya no nos la puede contar. No sé si le hubiera hecho mucha gracia, la verdad. Ni a su mujer, que hace poquito que se la llevó el tiempo y no era muy amiga de entrevistas. Pero su familia, como yo, como tanta gente, confía en la importancia de estos relatos. Su hijo, su nieta, tienen una gran recopilación de datos, fotos y archivos que la cuentan por él. La historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
Me encantaría contaros quien era Juan. Aunque Juan solo lo contaba cuando le preguntaban. De pequeño era muy travieso, y tenía cerdos y animales. Un día le dio de comer una especie de hierba, que al beber agua se hinchaba, y los cerdos también se hincharon, y se murieron. Recogía aceitunas y siempre tarareaba a su nieta «andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma quién, quién levantó esos olivos…»
Juan era algo más que travieso y eso le valió el disgusto de alistarse. Se alistó sin querer, huía de una regañina de su madre, vio el camión de reclutamiento y allá que se subió.
Nacido un 19 de abril de 1917 en Cambil (Jaén) y con 19 añitos, un día de agosto de 1936 se marcha (relativamente) voluntario a la guerra.
Llegó a Madrid el 12 de agosto y contaba, que cuando le traían en tren vio como quemaban el cadáver del Obispo de Jaén, Manuel Basulto Jiménez. Venían en los trenes de la muerte, que así se llamaban. Aquel tren había sido interceptado por las milicias anarquistas.
Por aquella época, Juan debería haber estado tonteando con las muchachas de su pueblo más que empuñando un arma en una guerra que duró tres largos años llenos de miseria. Que es de lo que sabe muy bien la guerra: de miseria, de hambre, de enfermedades y de muerte. Tanta como para estar dispuesto a comer cebollas crudas, a robar las botas a un muerto o cargar con un compañero a la espalda para salvarlo, porque atrás no se deja a nadie 1. Por eso, la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
Cuando llegó al batallón del Sargento Vázquez y tras una escueta y rápida instrucción, en septiembre le mandan al frente, su primer destino: el Alcázar de Toledo. Juan se alista en agosto. Casi no sabe disparar. Dispara desde los agujeros de las casas y ni siquiera apunta, porque no sabe. Allí solo estuvo un día, pero le llamó la atención que todas las casas estuvieran comunicadas, algunas tenían incluso agujeros para poder moverse sin salir al exterior. El primer día, de un tiro, le quitan el punto de mira de su fusil.
Estuvieron un solo día, porque a la mañana siguiente, al levantarse, se encontraron solos. Allí no había nadie. Los veteranos (que ya contaban con un mes de experiencia) se habían ido. Se encontraron una tropa en un tejado, pero consiguieron salir de allí. Y se reunieron de nuevo en Aranjuez.
A estas alturas Juan ya lo tenía claro, “yo me vuelvo a mi pueblo”. Su familia tenía tierras, animales y un huerto, pero la edad y los amigos no son siempre buenos aliados.
“Vente conmigo Juan”. Y Juan se quedó.
Durante la guerra siempre estuvo en zona roja. Perteneció al 37 Batallón.
Y así llego noviembre del 36, que fue especialmente lluvioso. El agua en las trincheras llegaba hasta la cintura. Su compañero con tan solo 20 años cogió una pulmonía y nadie pudo hacer nada por él. Ni los más jóvenes aguantaban. Por eso, la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
Este era Juan con su primer traje, que se compró con su primer sueldo de soldado y se hizo una foto en un permiso. Madrid, verano de 1936.
“En el pueblo, en un desván, vi una foto de mi padre y estaba con otro joven de su misma edad. Su amigo murió en la guerra, iban al lado de un tanque y el tanque volcó y le pilló medio cuerpo. Un sargento le disparó en la cabeza para que no sufriera. Esa foto no la he vuelto a ver, no la he encontrado”
Una vez iniciada la guerra, ya no era posible desertar. Estoy segura que Juan se acordaría bien de aquel día que decidió volverse al pueblo cuando en lugar de eso, necesitó resguardarse de los enemigos y del frío durmiendo en uno de los nichos de un cementerio de Las Rozas.
“Yo siempre le preguntaba si no tenía miedo de dormir en un cementerio y él me decía que le daban más miedo los vivos” 2
Durmió en las Rozas porque participó en el asedio del Alcázar. Y en la del Ebro, donde casi lo fusilan dos veces. Y en la defensa de Madrid donde cruzó el Puente de Toledo a gatas para evitar los tiros de la ametralladora. Y en la defensa de Lleida, que iban pisando a los muertos de su mismo bando, que habían atacado antes. Y Juan no sabía nadar, pero practicaba por las noches en una orilla para poder cruzar a nado el Segre. Y conoció a Líster y a Valentín Gonzalez, “el Campesino».
Una noche estando de reconocimiento con otro compañero, se perdieron. Les arrestaron y les querían fusilar porque pensaron que eran desertores. Y como no sabían qué hacer con ellos, les pusieron en el paredón. No murió porque el piquete se negó a disparar. Convencieron al capitán de llamar a su brigada y como vidas tiene un gato, se libraron de ser fusilados.
Este tipo de situaciones nos dan una idea del descontrol. Las tropas no eran profesionales, eran personas normales, como todos los demás. Por eso, la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
Y no fue la primera vez que Juan hizo uso de las vidas de algún gato. Ya al final de la guerra, en un campo de prisioneros le reclamaron, muchos nombres se repetían. Juan Castro. En Jaén hay muchos Juanes, y también muchos Castro. Así que le subieron al camión. Ante la duda del por qué le habían subido al camión, o si era a él a quien realmente reclamaban, en un descuido, se tiró en marcha. Y aunque suponemos volarían disparos, se salvó de nuevo.
Juan tenía muchas historietas y las contaba si le preguntaban. Como la historia de la oveja.
“Un día con una navaja de mueles de estas que se abren y suenan, mi padre me comentó: “como esa tenía yo en la guerra, se quedó clavada en una oveja”. Cuando huían no tenían comida, nada, y comían lo que podían. Y total, un día llegaron y vieron un pastor con ovejas y le pidieron una oveja porque tenían hambre. Uno le pego un tiro a la oveja y la mato. Y cuando ya estaba asada, le clava la navaja y entonces se liaron a pegarles tiros. Y allí dejaron la oveja, y la navaja clavada. Ya luego vieron cómo llegaron los que habían disparado y como se comieron la oveja. Pararon a mirar y vieron como los otros llegaron y se pararon a comer. Esperaron a que estuviera hecha. No sabe si eran rojos o nacionales, porque como no se distinguía. Lo mismo pegaron tiros para asustarles. Se quedó sin navaja y sin oveja”
Justo antes de terminar la guerra Juan cruzó los Pirineos, a pie. Y en la frontera respondió Negrin a los gendarmes cuando preguntaron ¿Franco o Negrín? Y eso le valió una temporadita en Argelès, para terminar en un campo de concentración en Saint Cyprien. Donde pasó algunos años.
Había guardias senegaleses en los campos de prisioneros. En los campos de refugiados de Francia los guardias se aseguraron de que por la puerta no saliera nadie.
“Pero si te alejabas un poco y hacías un agujero por debajo de la valla para escapar, los guardias no decían nada. Por la puerta no salía nadie. Pues ya está.”
“Y un día ya harto de Francia, pidió volver a España, porque no tenía delitos de sangre. Solo era comunista y se había ido voluntario a la guerra”
Una vez regresado a España y tras 7 largos años de trabajos forzados en Mora del Ebro. Juan pudo por fin regresar a su pueblo. Volvió con 25 o 27 años y en un baile en un cortijo, allí conoció a la abuela de Irene. Que tan solo tenía 17 añitos.
“Y conoció a mi abuela y se casaron y llevó una vida normal de señor normal que trabaja y hablaba poco y para mí era un héroe y él lo sabía y por eso me contaba siempre cosas de la guerra. 80 años hace ya, madre mía. Y yo me acuerdo mucho de él, porque gracias a él yo soy en parte como soy y eso es muy bonito”
Por eso, la historia de Juan se hace hoy más importante que nunca.
Para que nadie olvide.
Porque los enfrentamientos y el odio alimentan el ego de unos pocos y arruinan la vida de tantos.
“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”
Yanire Ramos
La Sexta – Se cumplen 80 años del fin de la Guerra Civil Española
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